Tanto en nuestra vida personal como en la profesional nos encontramos en constante interacción con otros. Es natural, somos seres sociales y las relaciones (y, por lo tanto, la comunicación) son una parte fundamental de nuestra vida.
Sin embargo, como seguro que has experimentado más de una vez, todas las relaciones pasan por problemas. En cierta medida son los encuentros y desencuentros los que ayudan a consolidar una relación… si trabajamos en aprender de ellos. No obstante, para superar los malos entendidos es importante reconocer primero que estos suelen deberse más a fallos en la comunicación que a diferencias de fondo irresolubles.
Por eso quiero dedicar el artículo de hoy a los 5 problemas más comunes en la comunicación y algunas formas de solucionarlos. Esta información podrás usarla tanto en tu lugar de trabajo como en casa.Hablaré de manera general para que puedas poner a prueba estas reflexiones como y cuando quieras.
1. Dificultad para discriminar entre lo que debemos decir y lo que debemos callar.
El equilibrio es fundamental en la vida y la comunicación no es la excepción. Hay quienes piensan que deben decirlo todo, como si fueran a estallar si no lo hacen, y hablan sin pensar, sin sopesar las consecuencias de lo que dicen o tomar en cuenta el punto de vista de su interlocutor. El caso contrario también existe, son aquellos que prefieren quedarse callados y «tragarse» todo lo que se les dice, esperando así evitar el conflicto o responder a él después.
Ninguno de los extremos es sano y más temprano que tarde traerán problemas. Si te sientes identificado con alguno de estos casos puede ser muy útil que cuando estés actuando de esa forma hagas un alto y te preguntes mentalmente: «¿Estoy conectando con esta persona? ¿Me está comprendiendo y yo estoy comprendiéndola a ella?». Si alguna de las respuestas es negativa, es el momento de cambiar la dinámica para que ambos puedan hallar su espacio en la conversación.
2. Falta de coherencia entre lo que se dice y se hace.
Este es un problema en la comunicación particularmente complejo porque trasciende el momento preciso en el cual se habla pero influye en él.
Me explico con un ejemplo: ¿Te ha sucedido que te sientes molesto con un jefe que ha incumplido sus promesas y después, al hablar con él, te incomoda todo cuanto dice y tiendes a creer que es falso? O, en tu vida personal, ¿tienes un amigo de esos que cancela una y otra vez los planes? ¿No te pasa que con el tiempo dejas de tomar en serio sus propuestas?
Hacerle frente a este problema requiere un ejercicio de toma de consciencia de nuestra parte. Si al hablar con esa persona con la que tenemos el problema nos sentimos mal, irritables o desanimados (independientemente de lo que se esté tratando en ese momento), quizás sea necesario llevar nuestra incomodidad a la conversación y expresar nuestra molestia. A veces la otra persona ni siquiera tiene una mala intención, puede que no se haya dado cuenta de la incongruencia de sus actos, pero sea cual sea el caso debemos aclarar lo que sucede para poder continuar adelante.
Y, en nuestro caso pasa igual, es importante detenernos a pensar si lo que decimos va de la mano con lo que hacemos… cuál es el mensaje que transmitimos.
3. Estar demasiado centrados en nosotros mismos.
A veces las conversaciones pueden llegar a parecer un campo de batalla donde cada quien busca tener la razón y aplastar a sus rivales. Puedes «ganar» una discusión, pero eso rara vez tiene alguna utilidad.
Esto es particularmente frecuente en equipos de trabajo que no están alineados con la cultura empresarial o no tienen una disposición real para trabajar en objetivos comunes. De igual forma, en relaciones de índole más personal, puede ocurrir en aquellos casos en los que la meta compartida se ha perdido de vista y ha sido sustituida por el ego.
También puede suceder que estemos tan enfocados en nosotros que no nos hayamos dado cuenta que el otro no entiende, ha perdido el interés o se encuentra incómodo (algo muy frecuente en clases, conferencias y reuniones de trabajo).
¿Qué hacer? Prestarle más atención a quien nos escucha, incorporarlo a la conversación, atrevernos a ceder… eso no solo va a contribuir a solucionar el problema puntual, sino a fortalecer la relación.
4. No tomar en cuenta el estilo de los demás.
A pesar de que tengamos objetivos comunes y todos queramos dar el 100% de nosotros, ninguna persona es igual a otra, no tenemos el mismo estilo y eso es algo que debemos considerar.
Si, por ejemplo, en un grupo de trabajo hay una persona tímida, debe ser incluida en la conversación y animada a participar, pero no sería sano que la forzáramos a ser el centro de la conversación y a expresar todo lo que piense. El truco para resolver este problema es considerar el mensaje de los demás en función de su estilo, respetarlo y buscar la forma de que eso deje de ser un punto débil y pueda convertirse en una fortaleza de la relación. Te aseguro que tus esfuerzos en este tema se verán recompensados y los demás valorarán que valores su forma de ser.
5. Escuchar pasivamente, cortando la comunicación.
En un mundo como el actual, en el que todos parecemos tener demasiado que decir, este problema se ha vuelto demasiado frecuente. Cuántos malos ratos nos genera escuchar sin atención, sin empatía, simplemente estando allí y dando por sentado que nuestra presencia es más que suficiente
Hay situaciones en las que esto ocurra es comprensible, como cuando estamos saturados. En esos casos lo más sano es disculparnos y postergar la conversación para cuando nos encontremos realmente disponibles. No hay nada peor que nos hagan sentir (y que hagamos sentir) que no merecemos atención o que lo que decimos no merece interés. Así que si esto es algo que te ocurre, empieza a marcar la diferencia, transmíteles a los demás con tus palabras y acciones que realmente te importan, verás cómo rápidamente el tono de la comunicación cambia para mejor.
Luis Gil– Inspira y Avanza. Puedes tener la vida que deseas. Sabemos cómo guiarte: www.luisgilconsultoria.com